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  • Time Restaurante

    Santo Domingo, República Dominicana. Quienes me han leído por acá, ya deben saber de mi gran amor por la ciudad colonial de Santo Domingo. Hoteles, arquitectura, movida cultural, café, cócteles, fiesta mesurada y, por supuesto, comida. Todo eso y de muy buena calidad, se consigue en ese punto tan relevante del planeta en el que se constituyera la primera sede del gobierno colonial español en América. La cocina, que también es la barra y una de las maestras de la cocina de Time. En esta ocasión quiero contarles acerca de Time, un restaurante vegetariano, propiedad del chef italo-venezolano Saverio Stassi . Ubicado en el marco del encantador parque Billini y a tan solo metros de la plaza Colón y de la Catedral Primada de las Américas, Time es el lugar perfecto para almorzar, antes o después de pegarse una buena caminada por la zona. Los fuegos de Time Su menú, lejos de ser una propuesta ligera, y con esto me refiero a comida aburrida, baja en calorías, insípida o para conejos, está conformado por suculentos platillos cargados de sabor, de cocciones lentas y de meticulosa técnica para sacarle toda la sustancia a los innumerables regalos del mundo ovo lácteo y vegetal. Hay para escoger tartares, ceviches, tacos, hamburguesas, gnocchi, pastas rellenas, quipes y hasta un steak de coliflor. Todo es preparado en el lugar, en una cocina a la vista y casi imposible por lo pequeña y sencilla, en la que, en tres hornillas de inducción y un horno muy “pro”, las maestras que cocinan en Time sacan todas esas verdes delicias. Fotos: Quipe crudo de zanahoria, Búfalo tacos y Ravioles de remolacha. En cuanto al maridaje, no señores, en este restaurante no toca pasarse la comida con agua; hay una completa carta de cócteles y mócteles de autor, vinos y cervezas, y el servicio a la mesa es como el de cualquier restaurante de alta gastronomía con una tremenda dotación de exquisita vajilla y cristalería del material que nos gusta. Cóctel "Maguey" a base de mezcal y sirope de chiles. En Time el servicio es tranquilo; es un lugar con pocos puestos que rota sin parar durante toda la tarde pero que nunca se siente lleno y donde jamás te meten presión para que desocupes la mesa. Es quizás por esto que cuando voy me tomo mi tiempo; almuerzo largo y lento, ordenando varios platos para compartir, al paso que voy también degustando uno que otro cóctel. No sé si sea coincidencia o si así lo planeó Stassi, pero el nombre Time es perfecto para este lugar. Aquí el tiempo no existe y cada rincón de su comedor se siente como un escondite perfecto para escapar del constante agobio de la vida real. ¡Cómo me gusta este lugar! Para más información y reservas, visite @timeisvegetarian.

  • Photo album: Puerto Iguazú

    Puerto Iguazú, Argentina. Más que una ciudad al extremo norte de Argentina, Puerto Iguazú es un punto limítrofe en el que se funden las culturas de tres países suramericanos y donde sucede esa extraordinaria falla geográfica conocida como la “Garganta del Diablo”, por la que caen las inagotables aguas del río Iguazú. Un lugar de inestimable belleza y exuberante biodiversidad como pocos en el planeta. Yo viví esta experiencia de la mano con los guías del eco-lodge Awasi Iguazú , quienes, además de llevarme a conocer las cataratas, me mostraron otras mil maravillas de la selva misionera, un lugar místico e inquietante.

  • Mosquito Social Club

    Santo Domingo, República Dominicana. Mosquito, más que ser la marca de una holding de hospitalidad dominicana, es un emblema de buena onda. En sus siete negocios (hoteles, bares y restaurantes), ubicados en la ciudad colonial de Santo Domingo y al norte del país, en Las Terrenas, la familia Mosquito se encarga de dejarnos saber que la vida se hizo para gozarla y para ser felices sin muchas complicaciones. Quizás sea por esto que profeso esta especie de devoción por Mosquito Social Club, un lugar con tan absoluta buena vibra que hasta una crisis de pareja fui a resolver allá. El patio central. Foto: costesía Mosquito Social Club. Empecemos por la locación. Mosquito Social Club queda en una casa colonial a la que se accede por una mágica callecita empedrada. El sitio consta de tres ambientes, dos de ellos al aire libre y uno cerrado para aquellos que aman el aire acondicionado; en toda la casa suena la misma música, así que uno decide si quiere bailar acalorado o refrescado. En total hay tres barras dotadas con todo lo necesario para mantener los tragos llenos a todos los clientes y una muy buena cuadrilla de bien entrenados meseros (algo poco común en este país) que se encargan de mantenerlo a uno tranquilo. En cuanto a los tragos, la carta de destilados es extensa. Se puede uno ir por una noche de mezcales o refinarse con las varias opciones de whiskies de malta que ofrecen. Y aunque el tema de los destilados da para divertirse escogiendo, siento que el fuerte de la casa son sus cócteles de autor, bautizados todos con nombres de canciones de reggae. Mi favorito es el Buffalo Soldier con tequila, Aperol, cítricos y jalapeño. ¡Uf! De esos me entran varios. También preparan muy bien los cócteles clásicos, pero con unos mixólogos tan “calidosos” con los de Mosquito, ¿para qué ponerse de conservador? Buffalo Soldier. Foto: cortesía de Mosquito Social Club. Mi lugar favorito para sentarme, mientras no estoy bailando, es en el patio central al aire libre, en una mesita para dos en la que gozo de una vista de 180 grados y en la que, por supuesto, nos podemos encender uno de sus notables tabacos de la casa, que muy amablemente venden por la unidad. Bailar, beber, fumar e inclusive comer —porque los snacks de bar que sirven también están de locos— en la mejor zona de la ciudad, es algo que para mí no tiene precio. Y aunque es imposible que no se les colara por ahí un reggaetón de vez en cuando, género que, lamentablemente para mí, detesto, la música que ponen es fenomenal. Mosquito Social Club es de esos sitios en los que fácilmente uno se las baila todas desde que llega hasta que se va. Para más información y reservas, visite @mosquitosocialclub. Crédito: La foto de la portada de este artículo es cortesía de Mosquito Social Club.

  • Reserva Científica Ébano Verde

    Constanza, República Dominicana.  Nada más terrible en la vida que hacer fama por una cualidad en particular y que por esa razón uno no pueda lucir sus demás atributos. Algo así como lo que le pasó a Argentina con el malbec o lo que le pasa a República Dominicana con sus playas. Tanta fama han acumulado las zonas costeras de esta isla que su interior, bello y montañoso, es totalmente ignorado por los miles de turistas que visitan el país. Reserva Ciéntifica Ébano Verde De las montañas de la República Dominicana me enteré cuando ya vivía acá y lo hice por accidente. Una noche, buscando opciones de hoteles para pasar el fin de semana lejos de donde vivo, de repente me salieron unas fotos de unas cabañas con chimenea y con vista sobre unas colinas de exuberante vegetación que parecían estar en algún lugar de las cordilleras colombianas. Quedé boquiabierta. ¿Cómo era posible que algo así existiera a tan solo tres horas de distancia en carro y que yo no lo supiera? Me prometí ir tan pronto como fuera posible. Sendero Baño de Nubes El dichoso día llegó y además en versión “premium”; un destacado investigador de conservación dominicano, con permiso para entrar a una de las reservas más lindas de esa zona, me invitó a que lo acompañara a buscar una orquídea endémica de estas montañas, a la cual tenía que fotografiar para un libro que publicaría en algunas semanas. Viajé tres horas de ida en la mañana y tres horas de regreso en la noche para acompañar a este científico en su expedición. Llegamos a la reserva por la carretera que va hacia Constanza desde la autopista Duarte, vía a Santiago de los Caballeros. Entramos por la puerta de servicio, parqueamos en el punto más alto de la montaña y desde ahí empezamos a bajar por un sendero, abierto para caminantes, por el cual nos topamos con el más conmovedor paisaje y varios ejemplares de árboles endémicos como el ébano verde y el palo de agua. Fotos: Musgos y helechos. Además de orquídeas miniatura, musgos y magnolias, las cuales me iba mostrando con todo lujo de detalles mi anfitrión, vistamos también una preciosa cascada con piscina natural incluida, cuyo piso se puede ver perfectamente gracias a la absoluta transparencia del agua. Piscina natural de agua cristalina En cuanto al clima, clasificado como tropical de alta montaña, la temperatura promedio rondó ese día por los 20 grados centígrados, perfecto para la caminata de regreso, toda en subida, que estuvo un poco exigente. Al llegar a la cima, la alta pluviosidad de la zona se hizo presente con una llovizna que, más que mojarnos, trajo consigo una embrujadora neblina que se posó sobre nosotros como un telón cayendo después de terminado el espectáculo. Una escena que nunca se borrará de mi mente y que me hizo recordar a mi bella Colombia. Bajando de regreso a la realidad, nuestro investigador confesó con algo de frustración que no había logrado encontrar la dichosa orquídea: Así es la vida de nosotros, dijo, salir a buscar y casi nunca encontrar. Alojamiento Todo esto para decirles que, si se animan a venir a la República Dominicana, dejen en “stand-by” sus planes de playa y aventúrense a recorrer las montañas que atraviesan el centro de la isla, en las cuales hay escondidos los más hermosos tesoros de la biodiversidad caribeña. Dato importante: en esta reserva ofrecen alojamiento en unas habitaciones hermosas con wifi y totalmente equipadas para cocinar y pasar unos días fenomenales. Para más información y agendar visitas a la Reserva Científica Ébano Verde, visite https://ebanoverde.org/sobre-nosotros/ .

  • SO/Vienna

    Viena, Austria. Escoger dónde alojarse en Viena es complicado. No porque no hayan buenas opciones sino porque las hay por cantidades. Se puede uno inclinar por hoteles en los edificios clásicos dentro del Innere Stad (casco clásico) o aventurarse con alterantivas contemporáneas que quedan por fuera de este. Así mismo, se puede ir al a fija con una marca global como Marriot o Hilton pero tambien se puede explorar operadores pequeños con propuestas más boutique. Fachada del SO/Vienna. Foto: cortesía del hotel. Despúes de darle muchas vueltas y de no tener muy claro con qué argumento hacer la selección, nos decidimos por un edificio que significaba algo para nosotros: el SO/Vienna, diseñado por el gran arquitecto francés Jean Nouvel, ganador de un Pritzker en el 2008 y autor de joyas de la arquitectura contemporánea como la Torre Agbar en Barcelona. Escalera del lobby al mezanine. La verdad es que no nos equivocamos. Luego de pasar ochos días en Viena, la conclusión es que es mucho mejor quedarse fuera de la zona histórica que, como la de cualqueir otra ciudad, es ruidosa, congestionada y un poco abrumadora por la cantidad de turistas y de actividad comercial en general. SO/Vienna queda cruzando uno de los canales que bordean el casco antiguo, es decir que para visitarlo basta con cruzar un puente. Por otra parte, al estar por fuera, la norma de construcción cambia, permientiendo edificios más altos, como es el caso de este que tiene dieciocho pisos y que tiene algo que ningún otro hotel del centro puede ofrecer: una vista panorámica sobre esta majetuosa ciudad. Vista desde mi habitación en el piso 15. Lo que más me gustó de SO/Vienna es la ubicación. No solo por su cercanía con el centro si no porque está en una zona residencial muy linda, llena de cafés, bares y pequeños restaurantes de barrio. Quedé tambíen muy feliz con el diseño de Nouvel; las habitaciones son enormes, minimalistas en su decoración y el ventanal viendo hacia la ciudad es todo lo que uno necesita para acorstarse y levantarse feliz. Algo importante para tener en cuenta es que si bien disfruté mucho mi estadía y lo recomiendo a ojo cerrado, las expectativas con SO deben limitarse a que es un hotel urbano que funciona muy bien para descansar, entrar y salir y moverse bien por la ciudad. No está orientado a que el huesped permanezca en él ni tampoco ofrece amenidades especiales. Para esto, es mejor inclinarse por los hoteles clásicos de lujo dentro del Innere Stad, como el Sans Sousi del cual uno no quiere salir a fuerza de la inifinidad de delicadas atenciones que ofrecen y sus múltiples estrellas y llaves Michelin. Volveré a Viena seguro y es muy posible que repita SO. Es que además, el precio no está para nada mal. Para más información y reservas visite https:// https://so-hotels.com/en/ . Nota: SO/Vienna es operado por Ennismore una marca especializada en hoteles en la gama "estilo de vida" con más de 180 locaciones a nivel global. Ennismore hace parte del grupo Accor .

  • Mis seis vinos del mes, seis veces Don Melchor

    Bogotá, Colombia.  Desde que lo probé por primera vez hace unos veinte años mal contados, me fascinó. No tuve ni un reparo, todo en él me agradó: desde su potencia hasta la sedosidad con la que bajaba por mi boca. Don Melchor ha estado desde entonces en el Top 5 de mis vinos favoritos y hace pocos días lo pude ratificar. Me regalaron una botella de la cosecha 1988 y no tardé en convocar a unos amigos a Pajares Salinas (el mejor restaurante de cocina clásica española de Bogotá) para descorcharla. Colegas emocionados Empezamos bien; el corcho salió casi intacto gracias a que la botella había estado muy bien almacenada durante esos casi cuarenta años y, ¿cómo no?, a las habilidades y “gadgets” de Juan García, el sommelier que nos atendió. Una vez abierto, lo dejamos respirar, pero antes de servirle a los invitados, mi colega y yo le hicimos una primera inspección: ¡el vino estaba vivo! Conservaba su brío y energía. La dicha que sentimos fue total, solo nos preocupó una nota medicinal en nariz, la cual afortunadamente se evaporó en cuanto servimos el vino en las copas. Mis acompañantes, si bien se declaran amantes del vino, no son profesionales en la materia, lo que resultó ser una delicia ya que pude tomar sin pensar (o hablar del vino) y enfocarme simplemente en descubrir si un vino con todos esos años encima nos gustaba o no. Lo que sucedió fue mágico: amateurs y profesionales, incluido Juan, a quien le serví un buen copón, quedamos estupefactos. Si esto era vino, todo lo demás que bebíamos en el día a día no lo era. En copa mantenía un color granate intenso y su sedosidad era anticipada por unas lágrimas gruesas que caían lentamente. Al olerlo, lo primero que salió a relucir, luego de que se fuera la nota medicinal, fue un ramillete de aromas que recordaban una tarde de pastelería en la casa de mi abuela: vainilla, frutos rojos en mermelada, bizcochitos de frutos secos con almíbar y algo de sotobosque. En boca se presentó como el epítome del equilibrio y su persistencia me permitió contar más de una caudalia.   La prueba de la edad: sedimentos Caté una, dos y tres veces y a la tercera me sumí en profunda reflexión. Recordé que los romanos acomodados bebían solamente vinos añejos y que los jóvenes eran para las clases menos favorecidas. El fervor de los romanos por los vinos con largas crianzas llegaba hasta tal punto que, en una ocasión, para sorprender al emperador Calígula, le sirvieron un Falernian (vino blanco que se hacía en el sur de Italia) con 160 años de edad. En presencia de este vino y, sobre todo, consciente de lo sospechosamente bien que me estaba cayendo, no pude evitar pensar que mucho de lo que bebemos en nuestro día a día (excepto aquellos vinos que por su naturaleza y manera de elaboración, se pueden y deben beber jóvenes) no son más que infanticidios enológicos que le hacen mucho mal a mi mucosa gástrica. En otras palabras, entendí por qué el vino no puede ser un producto masivo y por qué lo que nos venden en las estanterías de los supermercados dista mucho de ser aquel líquido suntuoso y dócil del que se enamoraron nuestros antepasados greco-romanos. Una realidad muy lamentable sobre todo si consideramos que no se trata de dejar envejecer cualquier vino, sino que son pocos los ejemplares que tienen la genética, por decirlo de alguna manera, de envejecer con esa gracia con la que lo hace Don Melchor y otros pocos de su clase. Fotos: Alcachofas con ibérico, Don Melchor y paté de hongos. En cuanto al maridaje, porque eso sí, el vino se disfruta mejor con comida, la cómplice cocina de Pajares Salinas nos mandó, en este mismo orden: una ración de sus inigualables albóndigas; un paté de hongos, plato nuevo en su carta; unas alcachofas asadas con ibérico y unas mollejas con demi-glace. Todo esto con sendas canastas de panecillos de masa madre y mantequilla batida. Una velada sin duda excepcional.

  • Apuntes de servilleta de Ernesto Borda, "A los meseros"

    Daniel Morales en pleno servicio en La Brasserie. Foto: Lucho Mariño. Son los embajadores de la relación entre la cocina y los comensales. Los buenos, traducen genuinamente el mundo técnico del chef en lenguajes comprensibles: saben de las recetas, las técnicas, los ingredientes, los tiempos de preparación y en general de todo aquello que configura y explica un plato. Son, a la vez, portadores de la identidad del lugar. Con sus actitudes, su tono vital y su propio porte, transmiten los conceptos y los valores que lo inspiran. Y los meseros realmente excepcionales son principalmente gestores de emociones, pues tienen la habilidad de leer al comensal, anticipar sus preferencias, administrar sus reacciones y actuar en conformidad con las circunstancias. Los buenos meseros son psicólogos y no solamente acróbatas. Uno se encuentra con meseros sanguíneos, especialmente carismáticos, cálidos y orientados al acogimiento. Suelen ser muy atentos y conversadores. Caen bien, pero pueden saturar, resbalarse en la informalidad y de paso erosionar la confianza.  Son los perfectos para que uno “coma cuento” antes que buena comida. Es fácil que de mucho oírlos uno se llegue a indigestar. En la moda por la que atravesamos, del imperio del “storytelling”, este tipo de meseros encuentran hoy oficio rápido. Hay meseros coléricos. Son los orientados al resultado, actúan con rapidez, resuelven ágilmente. Poco se fijan en quienes ocupan las sillas y centran más su atención en que el plato llegue a la mesa y se retire en cuanto se desocupa. Su actitud es “pida rápido, coma rápido y abandone rápido”. Son perfectos para un negocio de alta rotación. Tienen su estilacho para asegurarse de que el plato suene y hasta rebote en la tabla sin que pierda su integridad. Percibo que son los propios para aquellos lugares en los que no es fácil saber si la oferta principal es comida, licores o música. Claramente sirven bien ahí, en donde está la movida.  Otros meseros se catalogan en la clasificación de nerviosos. Estos son los más perfeccionistas y sensibles. Aman satisfacer, son serviles por vocación y encuentran la felicidad en la sonrisa de los clientes. Son también los más inseguros y frágiles. Se preocupan en extremo por el error. Pero al servir a quien les demanda, pueden destruir la oferta que representan. Creo que este tipo de personalidad es muy propia de meseros para comedores en decadencia. Tras su temperamento hay una suerte de vergüenza. Como la de saber que ronda algún roedor por las estufas.  Suelo sentir desconfianza tras su complacencia. Y hay también meseros flemáticos. Esos expresan pocas emociones, suelen ser serenos y permanecen en autocontrol. Son amables, pero equilibrados. Altivos e indiferentes, llegan a pecar de vanidosos o soberbios. Yo diría que estos se deben más a su templo que a su comensal. Este tipo de meseros no tiene que adular, ni sobreactuarse. Si me ponen a elegir, sin grises, escojo a estos, porque casi siempre aman el lugar y conocen la calidad de lo que llevan a las mesas. Además de la buena comida, se saben respaldados por los buenos muebles, por las texturas de los manteles y servilletas, por el peso y brillo de los cubiertos, por la transparencia y corte de los cristales. Estos meseros flemáticos aprecian a su comensal, lo tratan con familiaridad y con respeto, como lo hacen los buenos consejeros.  Claramente estos no son meseros para servir corrientazos ni hamburguesas. Pero tampoco están reservados solamente para los restaurantes de la más alta cocina. Me los encuentro en muchos locales, y, desde mi propio gusto e interés gastronómico, siempre suben el nivel. Son la primera línea de los verdaderos anfitriones. Pensé en eso ayer, al despedirme de Rubén, satisfecho como siempre de mi grato almuerzo en La Brasserie. Bogotá, julio 25 de 2025 Acerca del autor Ernesto Borda es fundador y CEO de Trust , una compañía de consultoría en gestión estratégica de riesgos, líder en Colombia y Latinoamérica. Además, es capitán de velero, serio coleccionista de vinos y cocinero casi profesional. Almuerza y cena en restaurantes todos los días -en Bogotá o cualquier otra de ciudad del mundo-, menos los fines de semana, los cuales destina a la elaboración de exigentes preparaciones con las que deleita a su más íntimo grupo de afortunados amigos, en su guarida a las afueras de Bogotá.   Créditos: La foto de la portada de este artículo fue tomada por el fotógrafo bogotano, Lucho Mariño . Daniel Morales es uno de los miembros del equipo de servicio más antiguos y queridos del Grupo DLK. Hizo parte del staff que inauguró La Brasserie en el 2007.

  • Four Seasons Cabo del Sol

    Cabo San Lucas, México. Después de haberme hospedado por una semana en el George V, hotel operado por la cadena Four Seasons en París, había quedado convencida de que ningún otro hotel en el mundo iba a poder superar, o al menos igualar, la experiencia que viví esos días en la ciudad luz ( lea acá mi reseña del George V ). Pasaron dos años completos desde esa mágica visita y aunque viajé en promedio una vez cada treinta días durante esos veinticuatro meses, había creído comprobar mi corazonada: nada se comparaba con el George V.  La llegada. Foto: Four Seasons Cabo del Sol. Sin embargo, el mes pasado tuve que tragarme mis palabras y reconocer que había encontrado un lugar que ponía a tambalear al George V en el lugar privilegiado que ocupaba en mi corazón. Se trata de Cabo del Sol en Cabo San Lucas, una propiedad que disfruté milímetro a milímetro y que me dejó convencida de que Four Seasons, con una triste excepción de la cual no voy a hablar aquí, es una garantía de excelente hospitalidad y verdadero lujo.   Arquitectura "hacienda mexicana" Comencemos por la llegada. Desde el momento en que se cruza el umbral desde la autopista hacia la propiedad, todo el lenguaje se transforma para que uno se transporte a lo que podría ser una tradicional hacienda mexicana. Imagínese muchos arcos y balcones, muros en pañete pintados en color hueso, caminos de piedra, zócalos enchapados de azulejos y una imponente vista sobre el mar pacífico. El efecto “wow” comienza desde antes de bajarse de la enorme camioneta Cadillac en la que recogen a sus huéspedes en el aeropuerto. Luego de aproximarnos a la entrada y de que los botones nos ayudaran con el equipaje, el primer contacto visual que hicimos fue con un esplendoroso bar en medio de una gran sala -la sala de la hacienda- en la que nos brindaron un refrescante coctelito a base de mezcal y un mensaje que, según dice la tradición local, es enviado por un pájaro. El mío decía que después de la tempestad, viene la calma. Y sí, yo venía al Four Season a descansar después de un fin de semana de fiesta en Todos Santos.   La vista desde la habitación. Foto: Four Seasons Cabo del Sol. Una de las secciones de closet Acto seguido nos dejaron en manos de nuestra “concierge” personal, quien nos llevó a la habitación y nos dio toda la información que necesitábamos para disfrutar la estadía. En esa pequeña mansión con balcón, además de sofás abullonados y vista al mar, había un baño tan grande como un apartamento, con tocador, una enorme tina y closets sufcientes para mudarse ahí definitivamente. En cuanto a los gadgets, todo se maneja desde una tablet -el aire acondicionado, las persianas, la televisión, etc.-, la cual además usan ellos para comunicar toda su agenda de eventos y demás información relevante para una divertida y variada estadía. No solo las reservas en el spa si no también los pedidos de room service se hacen por ahí. La verdad es que la habitación es tan especial que bien podría uno quedarse ahí todo el día y ser extremadamente feliz. En cuanto a las amenidades, quedan faltando días para poder aprovechar todo lo que el resort ofrece: club de playa, deportes acuáticos, dos piscinas divinas, golf, excursiones a la reserva ecológica Sierra La Laguna, spa, gimnasio, tres restaurantes, tres bares, un café con tienda gourmet, un taller de arte y dos boutiques, todos espectaculares en cuanto a calidad, estética y servicio. Yo me incliné por lo que más me gusta: los restaurantes, el gimnasio y el spa… Que no se note que soy tauro. El minibar Y aunque bien podría decirse que spa, gimanasio y buenos restaurantes hay en muchos otros hoteles, lo que hace del Four Seasons una experiencia inigualable es que no escatiman en nada. Las máquinas del gimnasio son tope de gama, el spa tiene más de 10 cabinas de tratamiento privadas y todos los servicios que uno se pueda imaginar; la piscina de natación es de tres carriles, el minibar es generoso en tragos y vinos de gran calidad, además de suficientes cápsulas de Nespresso, sachets de té inglés y una buena y saludable variedad de snacks. Los colchones son del más elevado estándar y los productos del baño son Diptyque , una de las marcas de perfumería más deseadas hoy en día. Four Seasons no solo se esmera por hacer sentir a sus huéspedes como en su casa; ellos quieren ofrecer una experiencia que la supere. Por último, y no porque sea menos relevante que todo lo que ya mencioné, Four Season se da el gusto de aceptar si opera o no, una propiedad. Esto quiere decir que si no está localizada en un sitio único y especial o si el desarrollador o el propietario no acceden a construir o adaptar detalles que para la marca son claves para la experiencia, prefieren no encargarse y esto para mi es el verdadero lujo. Volveré a Cabo del Sol mil veces, así sea solo en mi imaginación.      Para más información y reservas visite https:// https://www.fourseasons.com/cabosanlucas/ .

  • Samurai

    Santo Domingo, República Dominicana. Poco a poco he ido armando una lista de restaurantes notables en la capital Dominicana y aunque vivo a dos horas y media en carro, me he puesto en la tarea de viajar al menos una vez al mes en busca de esos momentos de gastronomía memorable, que tanto me apasionan y que se han convertido en una razón de ser: vivir para descubrirlos, disfrutarlos y comunicarlos. Y, cuando hablo de gastronomía memorable me refiero no solo a lo que encuentro servido en el plato; también tomo en cuenta la atención que prestan sus creadores a todo lo demás que conforma una experiencia como esta. El montaje en la barra de sushi La semana pasada tuve uno de esos momentos. Desde que el carro que me llevaba se aproximó a la entrada del restaurante, sentí cómo el local emanaba una energía que ya me insinuaba lo bien que la iba a pasar. Sake Koshino Karoku Samurai es un restaurante de gastronomía y propietarios japoneses, con más de tres décadas de historia, el cual me recordó al Sr. Ono y su restaurante Hatsuhana en Bogotá. Está ubicado en el barrio Piantini, en la que fuera antes una gran casa de familia (igual que Hatsuhana), con un comedor central abierto con varias mesas, así como comedorcitos privados, de esos a los que toca pasar sin zapatos y sentartse en el piso. Al entrar, lo primero que noté fue a uno de sus propietarios parado al lado de una mesa refrigerada cubierta con hielo triturado sobre la que descansaban al menos una docena de botellas de sake distintas. Sin pensarlo mucho le pedí que me recomendara uno a lo que me respondió con dos preguntas: la primera, ¿qué va a comer? La segunda, ¿seco o dulce? Respondí: sushi y seco. Nigiri Premium El sitio estaba a reventar y solo había lugar en la barra de sushi. Esto no fue un problema en absoluto ya que no creo que haya un puesto que me agrade más en un restaurante que la barra, ya sea de sushi o de tragos. Además, en este caso fue buenísimo ya que con la congestión que había el mesero nada que aparecía y pudimos ordenarle directamente al sushero. Pedimos una bandejita de nigiri premium que consiste en nueve piezas de pescado japonés -cortadas de una manera que denotaba gran maestría y con una textura mantequillosa que hacía que cada bocado se derritiera en la boca. Del arroz, puedo decir que además de ser de calidad superior estaba magistralmente cocido: sueltico y con un delicado toque de buen vinagre de arroz, tan necesario para completar la ingeniera de sabor de ese bocado minimalista y celestial. Pasó la prueba diez sobre diez. Y para quienes valoramos el uso del producto de territorio, hay también la versión de esta bandejita con pesca local, que probaré en mi próximo viaje. Ostras Kumamoto Continuamos con unas ostras japonesas que sirvieron con limón amarillo y una pasta de chiles que les quedaban muy bien. Yo me comí una sin nada y otra con todo, ¡Uf! Luego, nos alejamos de los crudos para probar algo de la cocina caliente y nos trajeron unos mariscos flameados y unas gyozas, ambos también muy buenos. Para cerrar, era ineludible un heladito de té verde que resultó ser un gran digestivo, me imagino que por el tanino y las propiedades astringentes naturales de esta hoja. Pero lo mejor de todo fue que mientras nos lo terminábamos pudimos ser testigos del meticuloso proceso de desmonte y aseo de la estación de sushi, algo que nos alegró montones y nos hizo recordar lo mucho que admiramos la cultura japonesa. Helado de té verde Salimos emocionados y con muchas ganas de volver, a pesar de que el servicio estuvo difícil con cosas que no llegaban y tocaba volver a pedir y de un mesero al que tocaba pararse para irlo a buscar. Si bien a mí me tocó un servicio regular, no creo que sea una constante en este lugar. Habrá que ver qué pasa la próxima vez. En todo caso, por el sushi, el sake y lo susheros, Samurai entra a mi top de restaurantes de este bello país. Felicitaciones al chef Hideyoshi Tateyama, hijo del fundador, quien no hace mucho tomó las riendas de la cocina de Samurai. Para más información y reservas visite en Instagram @samuraird.

  • Cucina Itameshi

    Viena, Austria.  En esta belleza fue que celebré mi llegada a una cuidad que se convertiría en una de mis favoritas. Queda sobre la vía principal del distrito número dos -allá los barrios son como en París, se designan por números y van en espiral, enrollándose en sentido de las manecillas del reloj alrededor del distrito número uno que es el centro histórico de la ciudad-, la bellísima Praterstrasse. Fachada de Cucina Itameshi. Como su nombre muy bien lo sugiere, este novedoso concepto fusiona la cocina clásica italiana con la japonesa, en un ambiente que no llama a ninguna de las dos culturas y que es más bien la expresión auténtica de sus gestores, un grupo de jóvenes restauranteros vieneses. La decoración se va por la onda "vintage", algo inevitable ya que el sitio opera en lo que fuera un salón clásico con techos muy altos y lámparas de lágrimas de cristal. Tiene la pinta de un café vienés, con un gran salón que da a la calle y que es contrastado con una cocina abierta en la que arde un hibachi (BBQ japonés), cuidadosamente instalado sobre una especie de chimenea elevada. En el otro extremo del salón está la barra de café y coctelería, así como el deck para el DJ de acetatos y dos tremendos neverones de vinos para almacenar y mantener a temperatura su cuidadosa y espectacular selección. La cocina abierta en medio del salón clásico. La carta es corta pero contundente: once cocteles -también en fusión italo-japonesa, cuatro tapas, tres platos fríos, dos crudos, tres pastas, cuatro carnes a la parrilla y tres acompañamientos. ¡Ah! y cuatro postres. Detalles de la decoración "vintage". Probamos el pan de masa madre con mantequilla de miso; el pollo a la parrilla con salsa yakiniku; el branzino entero a la parrilla de carbón con salsa XO (a base de mariscos secos) y el carpaccio de res con wasabi, parmesano y encurtidos japoneses (tsukemono). Bueno, no se sabía cuál de los platos estaba más rico. Yo quería comer ahí el resto de los siete días que estaría en Viena, pero no fue una idea bien recibida por parte de mis acompañantes. A la derecha del lavamanos están los dulces. El viaje al baño, el cual hago en cada uno de los restaurantes que he visitado -por lo menos en mi edad adulta-, solo para cerciorarme de que estoy en un lugar con alma, fue mágico. ¡Había música! Sonaba desde una grabadora antigua que habían puesto en el piso, me imagino que por la dificultad o el improperio de romper muros para hacer redes en un edificio clásico tan majo y señorial. Además, para mantener las puertas cerradas, se inventaron un sistema de poleas y pesas (la pesa es una botella de aceite de oliva de gran calidad rellenada con agua) que hace las veces de brazo hidráulico. En el lavamanos, una cajita negra de madera, llena de unos dulces ácidos que uno podía llevarse por manotadas entre los bolsillos, fue el detalle que me terminó de enamorar. Visité más restaurantes en Viena pero ninguno como este. Me hizo pensar en mis amigos restauranteros bogotanos tan creativos y de tan buen gusto. Qué nostalgia, pero a la vez qué gusto me dio saber que la mirada de la juventud es una a lo largo y ancho de nuestro planeta. Para más información y reservas visite en Instagram @cucina_itameshi_vienna .

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  • Sommelier Profesional Escuela Argentina de Sommeliers

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