Cucina Itameshi
- Michelle Morales
- 30 jun
- 3 Min. de lectura
Viena, Austria. En esta belleza fue que celebré mi llegada a una cuidad que se convertiría en una de mis favoritas. Queda sobre la vía principal del distrito número dos -allá los barrios son como en París, se designan por números y van en espiral, enrollándose en sentido de las manecillas del reloj alrededor del distrito número uno que es el centro histórico de la ciudad-, la bellísima Praterstrasse.

Como su nombre muy bien lo sugiere, este novedoso concepto fusiona la cocina clásica italiana con la japonesa, en un ambiente que no llama a ninguna de las dos culturas y que es más bien la expresión auténtica de sus gestores, un grupo de jóvenes restauranteros vieneses.
La decoración se va por la onda "vintage", algo inevitable ya que el sitio opera en lo que fuera un salón clásico con techos muy altos y lámparas de lágrimas de cristal. Tiene la pinta de un café vienés, con un gran salón que da a la calle y que es contrastado con una cocina abierta en la que arde un hibachi (BBQ japonés), cuidadosamente instalado sobre una especie de chimenea elevada. En el otro extremo del salón está la barra de café y coctelería, así como el deck para el DJ de acetatos y dos tremendos neverones de vinos para almacenar y mantener a temperatura su cuidadosa y espectacular selección.

La carta es corta pero contundente: once cocteles -también en fusión italo-japonesa, cuatro tapas, tres platos fríos, dos crudos, tres pastas, cuatro carnes a la parrilla y tres acompañamientos. ¡Ah! y cuatro postres.
Detalles de la decoración "vintage".
Probamos el pan de masa madre con mantequilla de miso; el pollo a la parrilla con salsa yakiniku; el branzino entero a la parrilla de carbón con salsa XO (a base de mariscos secos) y el carpaccio de res con wasabi, parmesano y encurtidos japoneses (tsukemono). Bueno, no se sabía cuál de los platos estaba más rico. Yo quería comer ahí el resto de los siete días que estaría en Viena, pero no fue una idea bien recibida por parte de mis acompañantes.

El viaje al baño, el cual hago en cada uno de los restaurantes que he visitado -por lo menos en mi edad adulta-, solo para cerciorarme de que estoy en un lugar con alma, fue mágico. ¡Había música! Sonaba desde una grabadora antigua que habían puesto en el piso, me imagino que por la dificultad o el improperio de romper muros para hacer redes en un edificio clásico tan majo y señorial. Además, para mantener las puertas cerradas, se inventaron un sistema de poleas y pesas (la pesa es una botella de aceite de oliva de gran calidad rellenada con agua) que hace las veces de brazo hidráulico. En el lavamanos, una cajita negra de madera, llena de unos dulces ácidos que uno podía llevarse por manotadas entre los bolsillos, fue el detalle que me terminó de enamorar.
Visité más restaurantes en Viena pero ninguno como este. Me hizo pensar en mis amigos restauranteros bogotanos tan creativos y de tan buen gusto. Qué nostalgia, pero a la vez qué gusto me dio saber que la mirada de la juventud es una a lo largo y ancho de nuestro planeta.
Para más información y reservas visite en Instagram @cucina_itameshi_vienna.
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