Londres, Reino Unido /
Bibendum, también conocido como Bib o The Michelin Man, es el nombre de la mascota de la firma francesa de neumáticos Michelin. Un personaje adorable hecho de llantas blancas que bebe tornillos y vidrios rotos sin sufrir ningún tipo de pinchazo. Su nombre salió de la frase en latín “nunc est bibendum” que quiere decir “es tiempo de beber” y que usaban frecuentemente los romanos para brindar. ¿Pero, qué tiene que ver el Bibendum con una cena de alta gastronomía en la exclusiva Fulham Road en Londres?
Resulta que Bibendum es el nombre del restaurante que ha operado durante décadas en The Michelin House, un suntuoso edificio Art Deco construido en 1911 por la Michelín para instalar sus nuevas oficinas en la capital británica. Con el paso de los años las operaciones de la firma se fueron trasladando a otras zonas de la ciudad hasta que en 1985 la empresa francesa vendió el edificio al diseñador y restaurador Sir Terence Conran quien lo convirtió en lo que es hoy: en el primer piso, una barra de ostras y tragos y un mercado de productos frescos para para llevar, y en el segundo, un lujoso restaurante dirigido por el chef francés Claude Bosi, galardonado con dos estrellas Michelin.
Mi primera visita fue en 1998 cuando el chef era Simon Hopkinson y puedo decir que fue uno de mis primeros encuentros con la alta gastronomía europea. Ese día probé los ostiones y también descubrí la dicha que es un Albariño de calidad. Esa noche al terminar la cena me prometí volver, evento que felizmente sucedió 25 años más tarde y justo para celebrar mi cumpleaños.
La experiencia fue tal cual como la recordaba; un salón blanco bañado por la luz azul que entra a través de los enormes vitrales del edificio. Minimalista y moderno, con la apuesta hecha a que la sorpresa se la lleve el comensal en la mesa. Nos ofrecieron el menú de degustación que podía ser de cinco o siete pasos y menos mal mi acompañante me instó a que nos fuéramos de una vez por el de siete.
Se podía escoger entre opciones para cada momento, así que nos vinieron a tomar pedido. Al rato, llegó una señorita con dos tarjetas impresas en la cuales nos habían puesto a cada uno lo que habíamos pedido para que nos pudiéramos guiar a lo largo de la cena. Un detalle que me pareció fantástico ya que evita la explicación de cada uno de los platos por parte de los meseros, algo que a mi parecer no sale tan bien todas las veces ya o no se les entiende bien o lo dicen muy rápido o llegan justo cuando uno está en el momento más álgido de la conversación.
Arrancamos la velada con un par de ginebras con tónica con las que acompañamos el primer paso, el Bibendum Egg, una preparación de huevos cremosos con caviar en una combinación de temperaturas, tibio y helado, que nos anunció lo bien que lo íbamos a pasar sentados en esa mesa.
Luego pedimos el vino, un riesling alsaciano que nos acompañó durante los siguientes seis pasos, los cuales estaban todos de morir y servidos en una vajilla y con unos accesorios de mesa que eran realmente de otro nivel.
Terminado el vino, nos antojamos de un Negroni, situación que puede ser mal vista dentro de la etiqueta de los menús de degustación pero que nos trajeron sin ningún reparo y con una gran sonrisa. Al probarlo, de inmediato sentimos que había algo diferente y bien especial en esta versión de nuestro coctel favorito y nos apresuramos a preguntar. Resulta que en Bibendum usan el bitter italiano Del Professore, bastante más elegante y menos invasivo que el tradicional Campari, cuya botella no tardaron en traer a la mesa para que la pudiéramos apreciar.
Así es el carrito de quesos de Bibendum
Estábamos ahí embelesados con las explicaciones de nuestro coctel cuando de repente se acerca otro sommelier a preguntarnos si no nos antojaba un plato que quesos para acompañar los Negroni. No nos pudimos negar. No solo por el oportuno gesto del chico si no porque sinceramente no hay nada mejor que un queso bien oloroso para maridar con esa bebida en particular.
Así que los siete pasos se convirtieron en ocho y luego en nueve ya que, a parte de los postres del menú de degustación, que en mi caso fue el soufflé de chocolate, me trajeron de regalo, con una vela y aviso de “Happy Birthday”, una trufa gigante de chocolate de la variedad “Mayen Red” al 70%.
Nos paramos de esa mesa reventados de la llenura, bastante alicorados y absolutamente felices. La experiencia de Bibendum es supremamente especial y la recomiendo a ojo cerrado para quien piense viajar a Londres. Si logra llegar, no deje de preguntar a la salida por algunos accesorios de mesa que suelen tener para la venta, como el plato de mantequilla con el Bibendum sentado encima o los suntuosos cuchillos de carne que yo hice bien en comprarme el par.
Este es el ritual de servicio del Soufflé de Chocolate
Solo me resta decir que mi visita a Bibendum fue absolutamente memorable y que volveré cada vez que pueda. Para mayor información y reservas visite: www.claudebosi.com/.
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