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Gerard Bertrand, vinos franceses que vale la pena explorar

Narbona, Francia. En Colombia se consume muy poco vino comparado con otros países de la región y de ese poco que bebemos, ínfima es la cantidad de vino francés. La razón no es clara para nadie; unos dicen que es porque da miedo pronunciar los nombres en ese idioma, otros opinan que las etiquetas son muy difíciles de entender, algunos consideran que son muy caros y hay quienes aseguran que si son de buen precio es porque son malos. Yo me inclino a pensar que es porque el paladar colombiano se desarrolló bebiendo vinos clásicos españoles -muy amaderados-, así como del cono sur -golosos y sobre madurados-, y que han sido muy pocos los importadores que se han atrevido a desarrollar mercado para otras categorías. Por el clima y el tipo de suelo, los vinos de Francia tienen un perfil muy diferente a ese con el que “crecimos” y quizás por esto no despega su consumo en nuestro país.


Foto: Vino naranja Villa Soleilla, de Gerard Bertrand.

El estilo francés


A diferencia de las elevadas concentraciones de los Ribera del Duero, la sobre maduración de los californianos o del exceso de alcohol de los argentinos, los vinos de Francia son más mesurados. Las notas frutales son menos marcadas, la mineralidad es más alta, el uso de la madera es más sutil y la acidez es la columna vertebral de un vino de calidad. Son vinos más dóciles y fáciles de beber, cualidad fundamental para quienes, como yo, empezamos a “sufrir” a partir de la segunda copa de tinto. Haber vuelto la mirada hacia Francia, gracias un par de viajes que he hecho en lo que va corrido de este año, me devolvió la alegría de volver a disfrutar del vino sin temor al malestar que me estaba provocando.


Mi primera visita a Francia este año la dediqué a catar vinos principalmente de Burdeos y Borgoña, en los que encontré mucho carácter y gran sedosidad, respectivamente. En la segunda, me volé para el sur del país, a una región no tan famosa como las anteriores, pero que resultó ser la razón por la cual mi estómago se pudo reconciliar del todo con la bebida de Baco: el Languedoc-Rousillon. Una región que abraza el mediterráneo de punta a punta y que produce unos vinos tan amables como las brisas tramontanas que enfrían sus viñedos en las noches.

Foto: Viña biodinámica.

¿Quién es Gerard Bertrand?


No es un secreto para nadie que hasta finales del siglo pasado, el Languedoc-Rousillon no se destacaba mucho por sus vinos. La razón era justamente que no llegaban al nivel de concentración que se obtenía en otras zonas como Burdeos y la mayoría de sus productores estaban dedicados a hacer vinos dulces o de volumen que mezclaban con otros más concentrados que traían de Argelia (práctica que por supuesto ya no está autorizada por el consejo regulador de la región).


Foto: Gerard Bertrand.

Sin embargo, algunos vinateros locales tenían una visión más esperanzadora para los vinos de la región, como era el caso de Georges Bertrand, quien ya empezaba a experimentar con distintas técnicas de vinificación para mejorar la calidad de sus vinos. Lamentablemente, en 1982 un infortunado accidente de tránsito le quitó la vida y su hijo Gerard, quien para ese entonces tenía 22 años y estaba dedicado casi de lleno al rugby profesional, se puso al frente del negocio para continuar con el sueño de su padre. Treinta y seis años más tarde se puede decir que lo logró y con creces. El grupo Gerard Bertrand es hoy en día uno de los más relevantes productores del sur de Francia con diecisiete viñas propias, un resort de lujo en las afueras de Narbona y un extenso portafolio de vinos que le permite conquistar a cualquier perfil de consumidor a nivel mundial. No en vano, fue nombrado “Rey del vino del sur de Francia” por la revista Wine Spectator en su edición del mes pasado.

¿Por qué son tan especiales los vinos de Gerard Bertrand?


Es un tema de la tierra y de la manera como que se cultiva. En el año 2002, con el ánimo de mejorar la calidad de sus vinos, el enólogo y empresario decidió explorar la agricultura biodinámica, implementándola en su viñedo Cigalus. Los resultados fueron tal y como lo prometían los promotores de esta manera de cultivo en la que se retorna a las prácticas ancestrales, aquellas anteriores a la aparición de agricultura industrial, y por medio de la cual se sana, repara y recupera la expresión natural del suelo, aportando tipicidad y fuerza a los frutos que se producen. Con la agricultura biodinámica, Gerard Bertrand logró desarrollar una nueva generación de vinos con gran expresividad y complejidad; algo que se podría haber perdido después de décadas de agricultura industrial intensiva. Después de la reconversión de Cigalus vino la de los demás viñedos, los cuales hoy en día están siendo cultivados en su totalidad, de esta manera. De hecho, gran parte de su portafolio ya cuenta con la certificación de agricultura biodinámica Demeter, famosa por su rigurosidad a la hora de otorgar el sello.


Foto: Cigalus blanco, biodinámico y sello DEMETER.

Foto: Sala de barricas Clos de Ora.

El estilo de Languedoc-Roussillon


Lo que encontré en mi exploración por los viñedos del Languedoc-Rousillon fue una gran paleta de expresiones, siendo el equilibrio el común denominador de todos los vinos que caté. En cuanto a los blancos, puedo decir que son muy frescos con matices a frutas blancas y una presente salinidad; dependiendo de la elaboración muestran notas sutiles de la madera y de la tipicidad de cada cepa. Los tintos por su parte, son frescos y de cuerpo mediano a intenso, donde predominan las notas a frutas negras y rojas, con algo de especies. Los vinos son largos y los taninos agradables y sedosos. En general, son vinos frescos y de gran elegancia en boca con colores vivos e intensos. El uso de la madera es muy prudente, tal y como se aprecia en Clos de Ora, la etiqueta más emblemática de Gerard Bertrand con 93 puntos según Wine Spectator, que pasa doce meses en roble, pero que en boca se siente como la más delicada dama.

Foto: Viñedo Clos de Ora.

Foto: Tanques de fermentación Clos du Temple.

Clos du Temple, un Grand Cru de vinos rosados


Y si bien los tintos y blancos son de increíble calidad y expresión es imposible no resaltar el enorme capital de vinos rosados que ofrece el sur de Francia. De hecho, uno de los vinos más famosos del Languedoc-Rousillon es el Crémant de Limoux, un espumoso método tradicional que le compite fuertemente a los mejores cavas y champagne. Teniendo esto muy presente, Gerard Bertrand le dio vida a Clos du Temple su más relevante etiqueta después de Clos de Ora, a la cual le compró un viñedo y le construyó una bodega, para su exclusiva elaboración. El vino, del cual se producen muy pocas botellas al año, es elaborado a partir de vides de más sesenta años, cultivadas 100% de manera biodinámica. Se fermenta en unos inusuales tanques que acero en forma piramidal y luego se deja reposar sobre sus lías durante seis meses en barricas de roble francés. El resultado es un vino suntuoso de un color entre rosado y dorado muy pálido y un delicado aroma frutal con algo de pastelería y vainilla por la crianza sobre lías y la breve crianza en roble. En boca es pleno y redondo con un peso significativo que le permite acompañar platos tan complejos como colas de langosta a la parrilla. Definitivamente, la joya de la corona.


Foto: Vino Clos du Temple.

¿Cómo llegar al Languedoc- Rousillon?


Desde Bogotá, volar a Barcelona, España o Tolousse, Francia. De ahí, tomar un carro hasta la ciudad de Narbona y preferiblemente hospedarse en Chateau L´Hospitalet, propiedad de Gerard Bertrand para poder vivir una experiencia totalmente concentrada en el vino y en la buena vida del mediterráneo. Para mayor información visite en Instagram: @gerardbertrandofficial y @chateaulhospitalet.







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