Miami, FL. Estados Unidos. Ubicado en el que es para mí, el barrio más lindo de Miami, Coral Gables, The Biltmore es un majestuoso hotel que abrió sus puertas al público en 1926, en plena era de oro del sur de la Florida. Con una propuesta arquitectónica que puede definirse como ecléctica, neoclásica, neogótica, de acuerdo con un cooncedor arquitecto con quien lo consulté, este edificio de 26 pisos, llegó a ser el más alto de la ciudad durante varios años.
The Biltmore ha sido y seguirá siendo por siempre un ícono de elegancia y sofisticación. Durante buena parte del siglo pasado no había un lugar más glamuroso en el “Sushine State”, siendo destino habitual de personajes como el Duque de Windsor, Al Capone, Ginger Rogers y el presidente Roosevelt, quien solía instalar las oficinas de la Casa Blanca en este edificio cuando viajaba a la Florida. En 1942, el edifico cayó en manos del gobierno, que lo adecuó como hospital y no fue sino hasta 1992 que volvió a tomar vida como el hotel de lujo para el cual había sido concebido.
Lo más impresionante de la experiencia Biltmore es la llegada. Imagínese un edificio del tamaño y altura de este, enclavado en la mitad de un barrio residencial de casas de uno o dos pisos máximo, en el que solo se ven árboles y discretas fachadas. El cambio de escala es tan dramático que el edifico se ve aún más imponente de lo que es. Inmediatamente piensa uno en el Hotel Nacional en La Habana o en The Breakers en Palm Beach: comparten el mismo ADN.
En cuanto al interior, el lobby es el espacio más destacable del edificio con un trabajo de madera tallada impecable y un techo azul profundo de arcos ojivales que transporta de inmediato a alguna escena de Las mil y una noches. Estar ahí es un sueño.
Para acceder a las habitaciones hay paseo en ascensor antiguo con acabados de bronce y espejo quemado -detalle que me fascina- y los corredores están decorados con una maravillosa colección de fotografías en blanco y negro de todos los eventos y míticos personajes que visitaban el hotel a comienzos del siglo pasado.
Yo me hospedé en una Junior Suite que tenía una vista brutal sobre las copas de los árboles de este verde barrio, la cual aparte de estar decorada de manera muy clásica con un dejo a palacio europeo, me sorprendió con un detalle totalmente esotérico: una lámpara de araña con cristales de amatista colgando encima de la cama. Para los que saben y creen en estos temas, esta piedra morada permite a quien la posee, comunicarse con el más allá a través del séptimo chakra. ¡Wao!
En cuanto a lo gastronómico, está el restaurante Fontana que opera en el patio interior del edificio, alrededor de una fuente en piedra cuyo ambiente evoca lo que pudo ser un instante en pleno al-Ándalus en la península ibérica. Su cuidadosa y tenue iluminación, el sonido del agua, los meseros vestidos de blanco, la lencería almidonada y una vista 180 grados sobre el campo de golf, lo convierten en una experiencia irrepetible. La cocina es estilo americano contemporáneo (una fusión entre el “comfort food” americano y diversas influencias internacionales) y todos los platos salen bien preparados y en su punto. Si bien, Fontana es frecuentado por los huéspedes del hotel, sus clientes más asiduos son los vecinos del barrio que saben disfrutar de esa emblemática joya que tienen a la vuelta de la esquina.
Y para los que no tienen mucha hambre y más bien están con ganas de tomarse un trago y picar algo, en la planta baja -en la que uno se siente como en Grand Central Station en NYC- hay un bar maravilloso de madera oscura y superficies de mármol en el que dos bartenders entrados en años, sirven unos generosos y bien conversados tragos.
Por lo demás, The Biltmore tiene un tremendo gimnasio (mejor dotado de máquinas que cualquier otro que hay visto en un hotel), un lujoso spa al que vale la pena hacerle la visita y una tremenda piscina que invita a quedarse en ella absolutamente todo el día.
¿Que si me vuelvo a hospedar en The Biltmore? Absolutamente sí. No solo porque goza de la mejor ubicación posible sino porque en una ciudad que peca por plástica y superficial, sumergirse en este cuento de hadas, hace que la visita a Miami tenga un poco más sentido que el del simple acto de consumir.
Para más información y reservas visite The Biltmore Hotel.
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